La intuición siempre me ha dicho que la innovación es el principal beneficio de apostarle a la RSC. Lo cierto es que existe una cierta correspondencia entre ambos factores, que se retroalimentan de facto. La reflexión no debe ceñirse al concepto de innovación responsable, que podemos encontrar por ejemplo en la norma SGE 21, que requiere que «La organización debe proporcionar productos y servicios responsables y competitivos, para lo cual establecerá un compromiso continuo con la Investigación, el Desarrollo y la Innovación (I+D+i), incluyendo en la elaboración del producto o el diseño del servicio criterios éticos, laborales, sociales y ambientales.»

Ello implica que la RSC alimenta la I+D+i, pero no es menos cierto que también la pura innovación acaba generando unas actitudes, corporativas pero también personales, en el seno de las organizaciones que hace que sean esas las que más le apuesten a la RSC.

Pero este punto ha sido poco estudiado, y normalmente cuando se busca tarificar la RSC en términos cuantitativos se apunta mayormente a retorno de la inversión, mejora de la productividad, aumento de la satisfacción de los grupos de interés, progresión de la imagen de marca, etc.

Que la innovación es un factor de competitividad clave en una economía global es de perogrullo, pero que a ésta podemos llegar promoviendo programas de RSC o que la I+D+i acaba llevándonos a una mayor implicación genética con la RSC, es un tema interesante objeto de estudio.

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